En lo que creo (J.G. Ballard)

"Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados"

viernes, 28 de octubre de 2011

Relato incompleto de mi despido


Compañera de trabajo me comenta del olor a gladiolo. Que es lo mismo que el olor ambiente que debe quedar luego de que a un sujeto se le haga saber de su desvinculación con la organización de turno, esto siempre visto desde el lugar indefenso del empleaducho frente a su jefe. Pensaba en ella y me entristecía. Ya bien entrada la jornada de la tarde, cuando el almuerzo rebota en las pestañas y el programa de los bostezos espontáneos golpea y ataca como risa en misa, justo en ese instante me di cuenta de que ese mismo olor se percibía alrededor de mi oficina en piso 13 –lo del MI es sólo una pretensión absurda, cuando en realidad es nuestra, compartida con dos prolijas que me superan en toda tarea de mínimos esperados-. Comprendía al mismo tiempo el porqué de la dificultad de dormir, una de las escasas bondades que atesoraba de la vida infantil. Entendí entonces que mi inconsciente actúa con mayor celeridad que mi consciencia o sentido común o simple sensibilidad y percepción a las claras señales que no quería ver o detectar. En repetidos sueños, como spam de mi apestosa realidad laboral, cada noche,  subía en buzo al piso 14 (elemento clásico de tenida casera Astorgueana que no uso ni cagando) donde descansan los jefes superiores o dioses de este olimpo como el hoyo. Subía e inmediatamente el Opus Súper Metajefe Inalcanzable (operado a punta de corchetes en su todavía visible barriga aparente, porque todo en él es apariencia, marketeo libremercadista de su propia alma en pena, claramente una réplica triste y agonizante del obsceno pájaro de la noche) me miraba sin verme a través de sus ojos poligonales, cargados de sangre azul e irritados de mi presencia miserable, señalando a la secretaria tan respingada como el anterior que me sacara a expensas de la fuerza de la razón policial. Con sobre salto exagerado caigo una y otra vez, una y otra vez, de la cama y lloro golpeado con el velador entre ceja y ceja.

Pero este olor a Gladiolo es un olor abstracto, curioso, extraño, imperceptiblente doloroso, impotente, inhibidor. no conozco ni percibo ni reparé claramente el qué de este olor ni de su componente metafórico, ahora lo sé, gracias a wikipedia, gracias a mi pequeño larousse ilustrado. Muy de seguro lo del gladiolo apunta más a la muerte y a la vejez (lo que a veces es sinónimo de lo mismo) que al perfume que emite dicho hermoso pariente del floripondio. Pero en mi caso y en el caso de la compañera apuntaba a la posibilidad cierta de que me peguen, más o menos afligido, un cruel puntapié en la raja y chao fuera de esta honorable organización de la cuáles parezco no ser parte ni haberlo sido nunca como se me plantearía dulcemente con cianuro en la copa feliz del edén. Una pena y un susto. Posiblemente, tiempo después, un alivio de luto.

Esta reflexión ficticia espera no ser decidora del futuro personal que me espera pero bien puede serlo. La sensación y olor a muerte se impregna como el olor de la comida del casino de esta torre de babel. Como grasa.